lunes, 12 de noviembre de 2012

Al Paso de los Trenes


 
 




Una nota aparecida en la Revista En Viaje en julio de 1959 cuenta de una manera amena y casi poética, sobre las vendedoras que se instalaban en las estaciones ofreciendo sus productos a los pasajeros de los trenes. Aquí reproducimos esta información de época.

Suele ser la tarde cerrada. El paisaje de los campos y la propia visión de los pequeños pueblos van perdiendo mercado entre las miradas de los viajeros, unos con relegada pesantez de picantes causeos, de vinos y cervezas, y otros sumidos en serias meditaciones. Pero siempre existe gente amiga de la charla en estos diurnos y nocturnos viajes de los trenes chilenos. De repente, en quizás que estación dominada por el crepúsculo y con heridas de silbatos y ruidos de carros que se desvían o se unen para una común marcha, suben unos huasos de sonoras risas, triunfales, enarbolando pollos o presas de pollo, empanadas, perniles, longanizas, tortillas al rescoldo. Despiertan los viajeros vencidos por el sueño.

¡Huasos debían de ser!

Pronto, sin embargo, esta singular huasería conquista muchas voluntades en el pasaje de tercera, escuchando sus ladinos y picaros comentarios, o de estallante euforia por fiestas, vendimias y carreras a la chilena.

El tren va a llegar a Curicó…pero antes, mucho antes, no pocos viajeros probaron las jugosas empanadas de horno de Llanquihue, admirando las bellezas de las venteras junto con elogiar su reconocida maestría culinaria.

Estación de Curicó
 
Más acá, cerca de la ciudad de Valdivia, en Antilhue, otras venteras morenas,  han ofrecido huevos cocidos de contundente sabor y apetitosas patas de vacuno navegadas en pebre o ensaladas de betarraga y zanahoria. Allí mismo rosadas y amarillas manzanas junto con cesto rojos de copihues son ofrecidos por jovencitas.

Tiene su nostalgia los trenes en la noche. Atrás el recuerdo de las simpáticas y esforzadas venteras de la mañana y la tarde. El silbato mismo del tren es otro, no desafiante y dominante como en el día.



-Sustancia de Chillán, a la rica sustancia…
Hasta el garzón ferroviario, rotundo y convincente ofreciendo el oloroso almuerzo, ahora anuncia la tradicional sustancia y las tortas de Curicó con una voz lenta, pareciendo despreocupado de su propia venta.

-El último cancionero con las más modernas canciones!
Aquí no faltan las mozas y los mozos de ingenua expresión que, antes de adquirirlo, indagan si vienen tangos de Gardel, canciones de Gatica, cuecas y tonadas.

-¡Viene de todo, señorita linda!
Conoce bien a su clientela el vendedor de canciones. Por eso es rápido en sus procedimientos, suelto de cuerpo, halagador y enamoradizo.

 

HACIA EL NORTE

Soles despiadados enceguecen la visión del pétreo paisaje. Los trenes no avanzan con la celeridad sureña por su trocha angosta y luego el pasajero resuelve refrescarse en los toldos de las venteras con aguas gaseosas, frutas y otros jugos característicos de cada zona.
 
No existen conversaciones de largo aliento. Este cuadro humano es dable comprobar tanto en los trenes de los Ferrocarriles del estado como en los trenes particulares de las oficinas salitreras.

En Antofagasta y Arica se divisan venteras bolivianas. Venden cazuela y cocimientos a la usanza de su país, masas fritas, piedras imanes y curioso trabajos de artesanía.





Pero no todo el norte es mundo de vegetación, áspero y flagelante de sol. Hay valles, hay oasis en las proximidades de las ciudad y los puertos con una producción frutal y agraria realmente asombrosa.

Muchos turistas se dirigen exclusivamente hacia esos reductos para saborear pasteles de choclo, tomates, asados de llamas o de guanacos, rotundas y espesas cazuelas de gallinas y pájaros.

Y también están las propias ciudades y pueblos, donde la viticultura y la ganadería, tiene bien cimentada fama, tales como La Serena, Elqui, Vicuña, Coquimbo y otras.

 

 

Precios Venta de Alimentos

En esa época era normal la venta de bebidas, cervezas, como también desayuno y almuerzo a bordo de los trenes de los Ferrocarriles del Estado. Estos eran ofrecidos por vendedores que recorrían todo el tren desde primera a tercera clase. El desayuno o almuerzo era voceado por los carros anotando a las personas que solicitaban estos servicios. Posteriormente les entregaban en su asiento los platos solicitados. La segunda y tercera clase casi nunca asistía a los coches comedores, tomando sus alimentos en el mismo lugar donde iban sentados.

Esta venta era constante durante todo el viaje. En algún momento sandwichs en otra bebidas, revistas, diarios, etc.

Los valores tenían una variación si el tren viajaba por la Red Norte o Red Sur del país.